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domingo, 16 de mayo de 2010

Los dueños de la Naturaleza

Llevo saliendo al monte al menos un par de veces por semana, por lo general sábado y Domingo; desde hace diez años he ido viviendo la evolución de una subespecie que va rebrotando de manera enfermiza en la mayor parte de nuestros espacios protegidos. De entre la multitud de gente que camina, los cuales en su inmensa mayoría son respetuosos y educados, tanto con su entorno como con la gente que se encuentran en los reconditos parajes, subyace una especie cada día más común (ovejas negras hay en todos los sitios) que por lo visto se han convertido en los dueños y propietarios absolutos del medio natural. Desde siempre el monte ha sido el espacio donde la gente va a relajarse (huir de la civilización) a buscar la armonía, el sosiego y la paz que cada día más cuesta encontrar en nuestra diaria andadura vital. Pues bien, seguramente hay personajes que no entienden esa filosofía natural y tal vez por su condición novel, o quizás por que no saben exactamente a que van al monte, trasladan sus diarias frustraciones de la semana en la equivocada idea de poder que se forjan para el fin de semana; son faciles de reconocer ya que a diez metros de cruzarte con ellos ya les adviertes una mirada de rabia y un gesto desagradable; posiblemente esta subespecie se cree la dueña de lo natural, los guardianes iluminados que protegen las plantas, las piedras y los animalitos que por allí habitan. En gran medida urbanitas de mente desaliñada que vive con la idea de acotarlo todo y marcar la propiedad, aunque en este caso la hagan común solo para los de su subespecie. Las rutas de senderismo que publican algunos periodicos arrojan al monte de forma automática a mucha gente sana que disfruta del medio pero entre los que se intercala como la ganga del mineral a aturdidos y desorientados notarios de pastor con quienes es mejor no coincidir. La obsesión paranoide de algunos ha llegado a poner trampas de todo tipo en conocidas sendas de Espadán como Aigüalit o Castro; en la primera clavos de gran dimensión para provocar pinchazos en las bicicletas y en la segunda despeñando grandes rocas hasta las cubetas de las sendas para dificultar el paso. Siempre he pensado que las agresiones al projimo acaban siendo agresiones a uno mismo y que alguna de estas mentes enfermizas acaban estrelladas en su propio fanatismo de iluminados. Continuaré por mi parte yendo al monte a disfrutar del paisaje, la paz y la compañía siempre que resulte grata.